Energía y Pandemia

Energía y Pandemia

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El contexto de pandemia asociado al COVID 19  ha impactado en la cotidianeidad de todas las culturas del planeta y el sistema energético no queda exento de ello. Si bien no podemos decir que haya cambiado sustancialmente el diagnóstico, si podemos recorrer sus principales dimensiones y observar los cambios que se han producido tanto cuanti como cualitativamente.

El impacto más visible para los mercados se asocia a la fuerte caída en la magnitud de la energía utilizada en aquellos países en donde la pandemia está produciendo mayores impactos. A nivel global y de acuerdo a la Agencia Internacional de Energía la extracción de petróleo sufrió caídas de 10,8 millones de barriles diarios en marzo, 29 millones en abril y 25 millones en mayo tras lo cual se augura un proceso de recuperación paulatina de los valores anteriores. Los valores máximos de caída equivalen a aproximadamente un 30% de la extracción diaria de petróleo (para más detalles ver la nota: Energía, ambiente, COVID 19 y la delgada línea entre la normalidad y el ecocidio). Podríamos decir que vivimos un corto período de caída abrupta impactada fundamentalmente por la reducción del consumo del sector transporte a nivel global y que ha afectado a nuestra región teniendo en cuenta que dicho sector es el de mayor consumo energético.

Pero los impactos más fuertes para la sociedad latinoamericana se asocian a varios aspectos en lo vinculado al sistema energético. Por un lado el crecimiento de la pobreza energética en la región como producto del avance de la pobreza a raíz de los impactos que la pandemia está teniendo sobre los sistemas productivos en los diversos países. Si bien existen datos como los presentados por los informes de la CEPAL respecto a pobreza, no es tan sencillo acceder a información fehaciente que de cuenta del real impacto en el crecimiento de la pobreza energética. Si bien algunos estados han intentado dar algún tipo de respuestas como ser congelamiento de tarifas las mismas aún resultan insuficientes.

El contexto pandémico, si bien ha generado en muchos estados acciones de políticas sociales directas, también debemos decir que ha afectado la libertad de demandar, peticionar y reclamar por derechos. Esto, en un sector habitualmente opaco como en el energético, resulta preocupante no solo en lo que respecta a la disputa por el acceso a la energía sino por las dificultades ampliadas que tienen en este contexto las comunidades afectadas por proyectos extractivos energéticos.

Es de hacer notar que la alta concentración y centralización del sistema energético se configuran también como un elemento de fragilidad que sumado a la lógica mercantil que domina el sector en el continente se transforman en elementos que conspiran con la posibilidad de pensar en que pueda haber una respuesta acorde en la actual situación.

En este marco, tal vez la condición fundamental para dar respuestas que estén a la altura de las necesidades actuales, se refieran a establecer como pauta la recuperación de la idea que ubica a la energía como una herramienta para satisfacer necesidades humanas y de redistribución de riqueza en un contexto de profundización de las desigualdades.

Esto impone, más que nunca, abandonar la concepción mercantil capitalista de la energía y colocarla en otra esfera, en otra dimensión por fuera de las lógicas de oferta y demanda.

Podríamos decir que la pandemia ha agudizado las problemáticas alrededor del sistema energético, solo el breve lapso que veremos de disminución del uso de combustibles fósiles podría ser algo positivo, pero que con la vuelta a las condiciones prepandemia quedaría solo en una anécdota.

En este marco se refuerzan las necesidades de cambio sobre el sistema energético ahora con las urgencias que implican los principales impactos que está teniendo la pandemia sobre la sociedad.

En este sentido cobra particular relevancia dar respuestas urgentes a las situaciones de pobreza energética, no solo referido a los nuevos pobres energéticos sino al conjunto de la población que se encuentra en esta situación. La lucha por sobrevivir en este contexto necesita imperiosamente garantizar el acceso a los servicios públicos, entre ellos la energía, y estas políticas debieran ser centrales y urgentes.

Otras dimensiones deseables en un proceso de transición energética tal vez no tengan la urgencia de la anterior pero si creemos que se presenta el momento oportuno para ello.

Este debiera ser un momento para avanzar en la crítica y derogación de los marcos normativos y legislativos neoliberales del sector energético regional que han consagrado en su momento una estructura de mercado ajeno a las necesidades de la población del continente.

La pandemia ha puesto sobre la mesa nuevamente al estado y su rol, en muchas áreas abandonado en favor del mercado. Como bien hemos visto esta nueva aparición de la necesidad de fortaleza del estado se da de forma ambivalente en muchos países, por un lado suele aparecer un estado presente con políticas sociales pero, en algunos casos, aparecen también algunos reflejos no deseados que se asocian a restricciones democráticas.

Sin embargo, podríamos decir que se ha habilitado globalmente y en buena hora, el debate y las acciones posibles de los estados de recuperar resortes claves de la economía, entre ellos el sector energético. Esto ha impulsado en algunas regiones procesos de desprivatizaciones. En América Latina gran parte del sector energético se encuentra en manos estatales, sin embargo sabemos que esto no alcanza si no logramos una gestión verdaderamente pública y democrática. El camino de desprivatización debe estar abierto no solo a la propiedad estatal sino a otras formas de lo público y se configura como un desafío el control democrático de las políticas energéticas.

Pero la pandemia nos presenta también otras oportunidades, entre ellas, y a partir de la crisis del modelo de producción globalizado, se encuentra la de rediscutir los circuitos de producción. Localizar la producción, en particular la de alimentos, desglobalizar las cadenas productivas, fortalecer la idea del vivir con lo nuestro ahora en un contexto latinoamericano se presentan como oportunidades a aprovechar.

En un contexto de restricciones a la participación ciudadana por las medidas de aislamiento social resulta relevante prestar atención al fortalecimiento de procesos y mecanismos que apunten a la democratización del sector.

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Sobre la salida a la crisis sanitaria y la necesidad de una transición socioecológica

Sobre la salida a la crisis sanitaria y la necesidad de una transición socioecológica

Maximiliano PROAÑO
Maximiliano PROAÑO
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Sin duda la crisis sanitaria global en la que estamos inmersos dará origen a una serie de reflexiones desde las más diversas disciplinas sobre los desafíos que enfrentará nuestra sociedad en el futuro. Si algo debemos tener claro es que muchas cosas no volverán a ser lo mismo, para bien o para mal. Aunque una emergencia global como la del COVID-19 no va a significar por sí misma el colapso del sistema capitalista, si puede ser el punto desencadenante de una crisis multifactorial que se venía configurando desde antes, donde la crisis climática juega un rol central, y que puede significar un verdadero cambio civilizatorio. Algo que la crisis actual ha puesto de manifiesto es la importancia de lo público, de una institucionalidad que trabaja en función del bien común, en contraste, lo cruel que puede resultar en momentos como el actual un modelo que persigue la satisfacción de las necesidades individualmente sin derechos sociales garantizados.

 

Sin embargo, ha sido justamente en momentos de crisis y desastres, naturales o creados, donde se han forjado los mayores procesos de profundización neoliberal. Por lo tanto, es un voluntarismo creer que el impacto causado por la crisis del COVID-19 producirá necesariamente un cambio en quienes ostentan el poder político y económico en cuanto a ceder sus privilegios en beneficio de un modelo societario más igualitario y sustentable.

Por el contrario, bajo el argumento de superar la crisis económica global causada por el COVID-19, anunciada como la más profunda desde casi un siglo, es posible que muchos gobiernos, ya sea con respaldo ciudadano o mediante autoritarismos, impulsen reducciones de derechos sociales, laborales y libertades individuales. También es posible imaginar que bajo el discurso de retomar la senda del crecimiento económico, los gobiernos decidan, una vez más, sacrificar el medioambiente con la consiguiente afectación de territorios y comunidades. El gran problema de esto último, es que esta vez no hay margen. El mayor desafío que enfrenta la humanidad hoy es la crisis climática, cuyas consecuencias durante los próximos años serán muy nocivas, y si no somos capaces de actuar ahora, simplemente se nos aproxima una crisis humanitaria de proporciones catastróficas.

 

COVID-19 y la crisis climática

Mucho se ha destacado que la pandemia del COVID-19 ha dado un respiro al planeta y por lo tanto a la lucha contra el cambio climático. Como el BID lo ha señalado, el COVID-19 también se ha transformado en un “experimento en tiempo real sin precedentes que se encuentra en marcha en todo el mundo”. En el caso de la crisis climática, esta crisis sanitaria nos permite ver la magnitud del tremendo desafío que como humanidad tenemos por delante. De acuerdo a agencias especializadas, las emisiones de gases efecto invernadero (GEI) para el año 2020 caerán entre un 5.5 y 5.7 % debido a la pandemia. Sin embargo, esta reducción posee dos inconvenientes, es insuficiente, y es transitoria. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) ha señalado que un camino para reducir los GEI más allá de un 1.5 grados centígrados requiere una caída de las emisiones de alrededor de un 50% hasta el 2030, comparado con los niveles de 2010, y alcanzar la carbono neutralidad para 2050. Como fue explicado en una columna anterior, aún logrando limitar el alza del 1,5 ºC según la ONU el cambio climático ocasionará el ingreso a la pobreza de 120 millones de personas al 2030. Sin embargo, lograr reducir el alza de la temperatura global a 1.5º en vez de 2º salvaría a 40 millones de personas del hambre y a 270 millones de sufrir de escasez hídrica.

 

La crisis del COVID-19 nos recuerda una vez más la urgencia de una transición energética. La contaminación del aire proveniente de la quema de combustibles fósiles, origina anualmente cerca de nueve millones de muertes en el mundo. Esta situación se ve agravada en el contexto actual. Un reciente estudio de la Universidad de Harvard concluye que los pacientes con COVID-19 viviendo en áreas de los Estados Unidos con altos niveles de contaminación del aire antes de la pandemia, tienen más probabilidad de morir por la infección que los pacientes en áreas del país con aire más limpio.

Por otra parte, la crisis sanitaria ha profundizado la baja en los precios del petróleo debido a la disminución en la demanda global. Esto es una mala noticia para el proceso de transición energética y la necesaria desfosilización, justamente en un año que, de acuerdo a IRENA, marcaría el punto de inflexión en que las tecnologías de energía solar fotovoltaica y eólica en tierra (onshore) son más competitivas que cualquier tecnología fósil para generación eléctrica. Sin embargo, la otra cara de la moneda es que los bajos precios del petróleo también son un gran golpe para la extracción de petróleo no convencional mediante fractura hidráulica o fracking (técnica que genera un gran impacto socioambiental), que por sus altos costos de producción no resultan competitivos. Esto posee importantes implicancias geopolíticas, toda vez que el fracking le permitió a EEUU posicionarse durante los últimos años como el mayor productor de petróleo en el mundo.

 

Por estas razones, no parece exagerado afirmar que la forma en que encontremos una salida a la crisis sanitaria y económica generada por el COVID-19 resulta clave para el futuro de la humanidad. Si la salida es sólo a través del descubrimiento de la vacuna y la recuperación económica se forja sobre las mismas bases del modelo productivo actual, que no quepa duda que más temprano que tarde volveremos a estar enfrentados a una nueva crisis sanitaria. Y peor aún, nos alejaremos aún más de lograr mitigar las emisiones de gases efecto invernadero que nos permitan disminuir los efectos de la crisis humanitaria causados por la emergencia climática en curso.

 

Por lo tanto, esta crisis sanitaria nos debe impulsar a impugnar con mayor fuerza un modelo que ha comodificado casi todos los aspectos de nuestras vidas. Para esto resulta necesario reabrir el debate sobre el rol de lo público y entenderlo, en términos de Arendt, como un concepto dinámico que no se limita solamente a lo estatal. En cuanto a la transición energética necesaria para hacer frente a la crisis climática, el debate sobre el carácter público de la energía, nos debe impulsar a impugnar el rol de meros clientes otorgado a la ciudadanía. La ciudadanía ha sido despojada de los procesos de toma de decisiones sobre dónde, cómo, cuándo, cuánta energía requieren las distintas comunidades y territorios y sobre quienes pueden generarla y gestionarla. Por eso es importante comprender que cuando hablamos de transición energética no nos referimos sólo al cambio de fuentes fósiles a renovables, sino a cómo vamos a recorrer ese camino. En palabras de Víctor Toledo, actual Secretario de Medioambiente y Recursos Naturales de México, “Una cosa es transitarla bajo el modelo privado/estatal basado en empresas del Estado y corporaciones privadas, lo cual refuerza el control centralizado y vertical, y otra es la vía estatal/societaria donde el “switch energético” va quedando en manos de la sociedad y sus redes: manejo de energía so­lar, eólica e hidraúlica a pequeña escala y con dispositivos accesibles y baratos para hogares, manzanas, edificios, barrios, comunidades, municipios. Eso se llama democracia energética”.

 

Sólo una salida a la crisis sanitaria actual que considere una transición energética democrática nos permitirá hacer frente de mejor manera al desafío mayor que representa en la actualidad la crisis climática. Cualquier otro camino, tal como recuperación económica sacrificando el medioambiente o incluso otras propuestas surgidas desde el capitalismo verde, no podrán evitar crisis sanitarias futuras y sólo agravarán la crisis humanitaria originada por la emergencia climática.

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Energía, ambiente, COVID 19 y la delgada línea entre la normalidad y el ecocidio

Energía, ambiente, COVID 19 y la delgada línea entre la normalidad y el ecocidio

Jorge CHEMES
Jorge CHEMES
Pablo BERTINAT
Pablo BERTINAT
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La pandemia declarada por la Organización Mundial de la Salud en marzo de 2020 ha traído consigo un sinfín de manifestaciones, intelectuales, sociales, conspiranoicas, económicas, laborales, etcétera.

Mucho se escribe y otro tanto se lucha en las calles, sobre el presente y futuro de la humanidad, sobre la “normalidad” pos pandemia o sobre la nueva “normalidad”. Aquí el neoliberalismo, los progresismos desarrollistas, los sindicalismos, los feminismos y los movimientos ecologistas decrecentistas aportan diversas narrativas al debate si es que realmente existe; mientras que los movimientos populares, indígenas, los feminismos resisten el imparable embate del capitalismo sobre los cuerpos y el territorio. Para la periferia, nada, o no mucho, ha cambiado.

 

Los enfoques dominantes oscilan entre salvar la economía y a sus privilegiados de siempre o salvar vidas, sin reparar en las libertades, en la inequidad de accesos a servicios que dignifican la vida como el agua o la energía para acceder a una alimentación saludable, o la educación en condiciones dignas e igualitarias. Así, nos encontramos con las narrativas que se fundamentan en el presente y futuro distópico de alta tecnología y control social con aportes de Byung-Chul Han, Yuval Noah Harari y Éric Sadin, entre otros. Entre las narrativas negacionistas y conspiranoicas impulsadas públicamente por gobernantes de potencias mundiales, como Donald Trump y Jair Bolsonaro, encontramos también las bélicas (la guerra y el combate contra el enemigo invisible) que se sustentan en diversas vertientes ideológicas. 

 

Otra de las narrativas que circulan es la ecologista, con perspectivas desde del ecologismo de los ricos y del ecologismo de los pobres, según la categorización de Martinez Allier; es decir, desde la pseudo-comodidad del hogar, con servicios, agua, internet, energía, calefacción, celebrando cómo los cielos se ven más “limpios” desde el espacio, cómo la vida silvestre vuelve a ocupar sus entornos, o desde la lucha en el territorio por la falta de acceso a los servicios, resistiendo los desmontes imparables del “enemigo invisible”, resistiendo las políticas que pretenden revivir el desmoronado mercado del petróleo no convencional y su terricidio.

 

Sobre este último punto necesitamos hacer algunos aportes. Desde algunos sectores de la ciencia y movimientos sociales, desde la teoría y desde el territorio, el mensaje que urge es el cuidado de la casa común, la lucha contra el cambio climático de origen antropogénico y su padre el sistema capitalista. Este mensaje no tiene eco en los medios masivos de comunicación ni en partidos políticos de diversa vertiente ideológica. Desde hace años, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) advierte sobre la imperiosa necesidad de no superar los 1,5°C de aumento promedio de temperatura en la tierra en el año 2050 para poder sostener la vida en la tierra. ¿Qué mensajes implícitos y explícitos nos está dejando el COVID-19 al respecto?

 

Previamente al último cuatrimestre de 2019, es decir, antes de que el COVID-19 impactara en China, la producción y el consumo de petróleo a nivel mundial era de 101,49 y 101,31 millones de barriles de petróleo por día respectivamente (eia. U.S. Energy Information Administration, May 2020). Según informa la agencia internacional de la energía en su reporte global para el año 2020, la caída en el mes de abril fue de casi 30 millones de barriles de petróleo por día, es decir casi el 30% y, durante el mes de mayo, hubo un leve recupero (IEA, 2020). Como se ve en el gráfico 1, durante el año 2020, este organismo espera un recupero casi total. La caída promedio esperada para el año 2020 por EIA (2020, Mayo) es de 8,1 millones de barriles por día y el recupero de casi el 100% para el año 2021, según podemos observar en el gráfico 2.

Gráfico 1: Fuente IEA, 2020
Gráfico 2: EIA, Mayo 2020

El planteo de la vuelta a la “normalidad”, en este caso energética, se planifica en un periodo de tiempo acotado.

Como vemos en el gráfico 3, comparando el brusco desacelere actual de la demanda de energía primaria con otras crisis mundiales de los últimos 120 años, estamos lejos de las principales crisis energéticas, por lo que, desde una perspectiva ortodoxa, ese recupero podría ser factible.


Gráfico 3: Tasa de cambio de la demanda primaria de energía. IEA, 2020

No obstante, a nivel internacional, y desde una mirada unidireccional y estrictamente economicista, cuesta vislumbrar cómo será la recuperación económica mundial.

De lo que no se quiere hablar públicamente, y lo que diferencia la actual crisis de sus antecesoras, es que el estado actual del ecosistema se encuentra en los límites de la irreversibilidad. Es decir, si continuamos con las mismas lógicas de producción y consumo que propone el sistema capitalista patriarcal estamos condenados al colapso civilizatorio.


Gráfico 4

En sus reportes globales de energías renovables de los últimos años y sin excepción del último editado, IRENA (2020) da cuenta de su escenario energético para no superar el grado y medio de aumento de temperatura promedio a nivel mundial, el escenario REMap.

 

Mientras que el COVID-19 nos llevará a un decrecimiento del 8%, o sea consumir 92 millones de bariles por día, para sobrevivir al cambio climático, en el año 2030 deberíamos demandar 60 millones de barriles de petróleo por día, en el 2040, 41; y en el 2050, 22 millones. Esta es la magnitud del desafío que enfrentamos como humanidad para no desbarrancar en un ecocidio. Todo este juego matemático acontece entre una desigualdad social nunca antes experimentada.


Gráfico 5: (IRENA, 2020)

En este marco de necesario decrecimiento energético, es inevitable pensar una transición energética. Para que ese decrecimiento sea con justicia socio-ambiental es necesario plantear y luchar por el reconocimiento de la deuda histórica de las grandes potencias mundiales. Es necesario abogar por una transición energética popular (Taller Ecologista, TNI, 2019), que plantee una mayor participación ciudadana y rural, que proponga una nueva forma de producir, transportar y consumir alimentos, que saque la energía de la esfera del mercado, que distribuya el poder concentrado en las corporaciones energéticas, que fortalezca las distintas formas de lo público, que despatriarcalice y democratice el sistema energético y, que descolonialice la forma de sentipensarnos en un futuro con decrecimiento, equidad y justicia socio-ambiental.

REFERENCIAS
EIA, U.S. Energy Information Administration. (2020). SHORT-TERM ENERGY OUTLOOK.
eia. U.S. Energy Information Administration. (May 2020). Short-Term Energy Outlook.
Grupo de decrecimiento “Hasta aquí hemos llegado”. (30 de mayo de 2020). Rebelión.
IEA. (2020). Global Energy Review 2020.
IRENA. (2020). Global Renewables Outlook: Energy transformation 2050.
Taller Ecologista, TNI. (2019). Transición energética: ¿corporativa o popular?

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