Chile necesita una constitución ecológica para una transición energética transformadora

Chile necesita una constitución ecológica para una transición energética transformadora

Maximiliano PROAÑO
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Ignacio SÁNCHEZ
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El proceso constituyente Chileno en curso que fue ratificado con amplio triunfo en el plebiscito del pasado 25 de octubre al aprobar la realización de una nueva constitución, representa una enorme oportunidad para la construcción de las bases de un nuevo entendimiento sobre nuestros derechos sociales, culturales y ambientales y sobre la distribución del poder económico, político y territorial, lo que abrirá muchos debates en cuanto a los contenidos de la futura constitución.

 

Uno de estos debates es el que ha sido impulsado por diversos actores de la sociedad civil que abogan por una constitución ecológica, post-extractivista, acorde a los tiempos de crisis climática que el país y el mundo estarán inmersos durante las próximas décadas.

En Chile sobre el 78% de la generación de gases efecto invernadero (GEI) proviene del sector energético[1]. De este porcentaje un 41% de dichas emisiones proviene de la generación de electricidad. A su vez, de ese 41% las 28 termoeléctricas a carbón que operan actualmente en el país son responsables del 91% de las emisiones totales de dióxido de carbono (CO2), el 88% de la totalidad de material particulado (MP), el 97% de las emisiones totales de SO2 y el 91% de las emisiones totales de óxidos de nitrógeno (NOx)[2]. Estas emisiones provienen de termoeléctricas a carbón que se concentran en las llamadas zonas de sacrificio ambiental[3] ubicadas en Tocopilla, Mejillones, Huasco, Quintero-Puchuncaví y Coronel. Los habitantes de estos territorios llevan décadas de vulneración a sus derechos fundamentales, soportando enormes cantidades de contaminación en el aire, en la tierra y en sus costas, afectando gravemente la salud de su población. La respuesta estatal, se ha limitado a planes de recuperación ambiental y social (PRAS) que no resuelven la crisis, no buscan eliminar el impacto ambiental ni las industrias sino que, buscan establecer un consenso en aceptarlas como un mal necesario. Naturalmente quienes habitan estos territorios han acumulado un gran descontento frente a una institucionalidad que los declarado sacrificables. Muy probablemente por esta razón, en el plebiscito por una nueva constitución, donde a nivel nacional la opción “apruebo una nueva Constitución” obtuvo un altísimo 78,27%, en la zonas de sacrificio los resultados fueron aún más altos, por ejemplo Mejillones con 89,6%, Tocopilla (90%), Quintero (81%) y Puchuncaví (84%).

 

Constitución ecológica para la transición energética. Algunos elementos para el debate

 

Una constitución política de un país otorga un marco a su modelo de desarrollo. El modelo energético de un país está directamente ligado a su modelo de desarrollo, y por lo tanto, el resultado del proceso constituyente, tendrá gran incidencia en el modelo energético futuro.

También resulta lógico pensar que una constitución del siglo XXI debe internalizar la problemáticas de la crisis climática y la justicia ambiental en su contenido, lo que a su vez propiciaría una transición energética justa, democrática y popular. Entonces la siguiente interrogante es qué aspectos específicos debiera abordar una llamada constitución ecológica para llevar esto a cabo.

 

Un aspecto clave a superar en una nueva constitución es el principio subsidiario que subyace e inspira la Constitución de 1980 y que en la práctica subordina el bien común al bien particular, especialmente la propiedad privada. En materia energética opera claramente, dejando al Estado como regulador y con una participación muy marginal a través de ENAP, mientras son los privados los que deciden mediante qué fuentes, dónde y cuánta energía generar.

 

Pero una nueva constitución que busque desmercantilizar nuestros derechos, no puede quedarse sólo en el debate Estado o mercado. La gestión de lo público, de lo común, debe incluir al tercer pilar, a las comunidades. Esto significa superar la actual visión meteorizada del territorio para las intervenciones del estado, las que son reactivas y acotadas, donde se entiende la participación ciudadana sólo en términos formales, y se impone el “dejar hacer” a las empresas privadas mediante una legislación y fiscalización ambiental débil, poniendo el foco en la gestión del conflicto a través de la reparación y compensación y no en su prevención.

 

La energía como derecho

 

El acceso equitativo a la energía hoy resulta de gran relevancia para el desarrollo pleno de las personas, por lo tanto, la energía debe dejar de ser concebida como una mera mercancía y ser comprendida como un derecho. Esto también tiene implicancias en materia de pobreza energética, entender la energía como un derecho también debe garantizar su acceso en términos de contar con un servicio energético de calidad, apropiado al contexto territorial y la posibilidad cierta de contar con él más allá de la posición socioeconómica.

 

Un aspecto que dice relación tanto con una mejor distribución del poder como de la energía como derecho es la necesidad de establecer la justicia ambiental como un principio que informe la nueva constitución y que asegure una distribución equitativa de las cargas y beneficios ambientales generados, entre otras actividades, por el sector energético.

 

La energía en la constitución orgánica

 

La crisis social en Chile está directamente relacionada con la insostenible concentración de poder que ostenta un pequeño sector de la sociedad. Por lo tanto una nueva constitución necesariamente deberá organizar el Estado propiciando la desconcentración económica, política y territorial.

 

Relacionado con lo anterior está el necesario proceso de descentralización y planificación  territorial con efectiva participación de la ciudadanía. Las energías renovables no aseguran per se que no haya conflictos socioambientales, hay temas de escala de los proyectos, de pertinencia territorial, y de reconocimiento de las dinámicas sociales y culturales que deben ser consideradas y donde la ciudadanía debe estar involucrada. Por lo tanto, planes regionales de ordenamiento territorial vinculantes discutidos participativamente por la ciudadanía, son de gran relevancia para avanzar en una transición energética justa, democrática y popular.

 

 

 

[1] https://www.revistaei.cl/2018/12/12/informe-dice-sector-energia-genera-78-las-emisiones-del-pais/

[2] http://www.chilesustentable.net/2019/10/termoelectricas-a-carbon-como-funcionan-cuanto-contaminan-y-que-hacer-con-ellas/

[3] Una zona de sacrificio ambiental es un territorio con un deterioro de la calidad ambiental agudo, multidimensional con efectos graves sobre la población y el medio ambiente derivada de decisiones principalmente económicas.

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No podemos pretender que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo

No podemos pretender que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo

Maximiliano PROAÑO
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Ignacio SÁNCHEZ
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Estos últimos meses Chile ha vivido días muy duros, al enorme aumento de casos de contagios por COVID-19 y las muertes asociadas, se sumó el drama social de amplios sectores de la sociedad que no tienen lo mínimo para subsistir. La crisis sanitaria ha desnudado grandes temas pendientes del país como lo son la enorme desigualdad y la vulnerabilidad con que vive la gran mayoría de los chilenos. Desigualdad y vulnerabilidad que hizo que la mayoría del país dijera basta a partir del 18 de octubre en las más grandes manifestaciones sociales en 30 años. Lo que se ha impugnado fuertemente durante los últimos meses es el modelo de desarrollo que genera desigualdades en muchas dimensiones, una de las principales son las desigualdades territoriales, donde mientras un sector minoritario del país puede vivir con un estándar de país desarrollado, la gran mayoría debe sufrir las consecuencias nocivas de este modelo, la contaminación, los servicios públicos deficientes, la precariedad en diversos ámbitos de la vida.

Hoy resulta increíble recordar que, en el período previo al estallido social, Piñera trataba de instalarse como líder internacional con la organización de la COP25 y la APEC. Un país con zonas de sacrificio, cuya principal fuente de generación eléctrica sigue siendo el carbón, un país que aún no firma el tratado de Escazú, con sus aguas completamente privatizadas y un sistema de evaluación ambiental absolutamente deficiente.  Previo al 18-O el gobierno estaba logrando la aprobación de una reforma tributaria que bajaba impuestos a los más ricos y que no planteaba nada respecto a establecer un impuesto verde a las fuentes fijas que hasta el FMI ha recomendado establecer en 73 dólares por tonelada de CO2 (en Chile actualmente son 5 dólares por tonelada de CO2).

La gran mayoría de la élite política y económica de Chile se había autoconvencido de ese país próspero ad portas de convertirse en un país desarrollado y que el modelo económico-social del país era un éxito. Un claro ejemplo de esto, es que a menos de dos semanas del 18-O el empresariado por medio de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA) ponía una alerta a proyectos de ley enfocados en el bien común considerados literalmente “Riesgos al crecimiento”, advirtiendo que existen instrumentos alternativos como una mejor gestión que pueden usarse para no afectar este crecimiento. Esta misiva advertía de ciertas iniciativas que podrían limitar el desarrollo productivo del país, tales como la protección de glaciares, provocar incertidumbre en proyectos al permitir revocar proyectos por ratificación ciudadana, distorsionar

los instrumentos ambientales vigentes al incorporar “condiciones a proyectos por el sólo hecho de estar emplazados en una localidad” (localidades que son zonas declaradas ambientalmente latentes o saturadas claro) ignorando la posibilidad de reducir la contaminación, por secretarìa, al compensar emisiones si fuese el caso. Esto entrega rápidamente una radiografìa del foco del empresariado chileno ambientalmente hablando: mantener las decisiones con los cánones existentes de decisiones centralizadas, con parámetros principalmente económicos y legales, fuera de los territorios y la ciudadanía.

En este contexto de las acciones del gobierno y el empresariado, resulta muy preocupante que el gobierno en medio de la crisis sanitaria y social actual, y bajo la justificación de la reactivación económica, ha insistido en su agenda pre 18-O, impulsando proyectos de ley como el que “Perfecciona textos legales que indica para promover la inversión” Boletín 11747-03. Dicho proyecto de ley había sido presentado en 2018 pero su tramitación estaba entrampada en el parlamento principalmente por propuestas que proponen bajar el estándar ambiental en materias de aguas, energía y evaluación ambiental de los proyectos de inversión. En materia energética, el proyecto de ley, plantea reformar la ley ambiental que indica que deben ser evaluadas ambientalmente las centrales de energía que generan más de 3 MW. El proyecto de ley  propone que el poder ejecutivo mediante un reglamento establecerá las centrales que deban ser evaluadas ambientalmente. Esto significa que cada gobierno tendría la potestad de establecer o modificar mediante reglamento qué proyectos de generación eléctrica deben ser evaluados ambientalmente. Aunque el parlamento ha rechazado dicha modificación a lo largo de la tramitación del proyecto de ley, el gobierno ha insistido en reponer su tramitación y en mayo, en medio de la crisis sanitaria, le puso suma urgencia a su discusión.

Durante las últimas semanas ha sido posible observar en la prensa varios titulares sobre la necesaria reactivación económica poniendo énfasis en la necesidad de un “fast track” en la tramitación ambiental resolviendo los “cuellos de botella” que retrasan la aprobación de proyectos. En este contexto se produjo el pasado 14 de junio el “Marco de Entendimiento para Plan de Emergencia por la Protección de los ingresos de las familias y la Reactivación económica y del Empleo” entre el oficialismo y algunos partidos de oposición con la finalidad de, por una parte allegar a las familias más vulnerables del país los recursos básicos para subsistir, y de esta manera puedan efectivamente quedarse en casa, y por otra el acuerdo plantea medidas de reactivación económica. Una revisión de este acuerdo, permite observar escasas referencias a una reactivación con consideraciones ambientales. Además, resulta llamativo que mientras en la sección que describe medidas de inversión pública se establece que estas serán “con énfasis “verde” y mitigación de cambio climático acelerando cartera de inversión pública ligados a construcción embalses, obras de regadío y agua potable rural, plantas desalinizadoras, inversión en ERNC”; en cambio, las medidas de incentivo a la inversión privada se plantean medidas de “agilización regulatoria y de plazos para proyectos de inversión, así como disminuir tiempos en otorgamiento de permisos para inicios de inversión y reducir los plazos en evaluación ambiental de grandes proyectos por la misma vía, asegurando

estricto cumplimiento de normativas ambientales” y también plantea otras medidas para “acelerar concesiones”.

En una línea que pareciera paralela, pero que no hace más que corroborar cuál es el foco de las medidas anteriores, desde el ingreso en marzo del COVID a Chile como demuestra el reporte de OLCA se han ingresado al sistema de evaluaciòn medioambiental el doble de proyectos con 5 veces mayor inversión global en relación al mismo período de los 2 años anteriores, esto genera un escenario donde las capacidades de evaluación se vuelven insuficientes para filtrar proyectos que deberían someterse a requerimientos más estrictos.  De estos, un 65% del global de proyectos pertenecen al sector energía, casi totalmente proyectos de energìas renovables, contando como ejemplo que sólo dos megaproyectos de energía fotovoltaica se llevan el 68% de la inversión energética ingresada en este perìodo y ambos ingresados aprovechando la posible evaluación ambiental más laxa y sin participación ciudadana.  Se podría aplaudir el hecho de este ingreso de energías limpias a la matriz eléctrica, pero dado el contexto de ingreso a evaluación, nula participación ciudadana, la escala de inversiones y el escenario político-empresarial mencionado anteriormente, se vuelve un marco poco esperanzador.

Es más, resulta contradictorio el proceso que vive Chile con las señales que el gobierno intenta proyectar: La recientemente lanzada estrategia de transición justa como visión de largo plazo, considera como eje fundamental de trabajo a la  comunidad para la detección de necesidades e impactos en el territorio, valorar la decentralizaciòn de la discusión, y reconocer la responsabilidad ambiental y social de las empresas. Todo esto corre el riesgo de volverse letra muerta en el escenario aquí descrito o peor aún usar el instrumento como legitimador de proyectos ambientalmente cuestionables.

Así podemos ver que en Chile se configura un futuro ambiental incierto en función de la recuperación económica, imagen que contrasta peligrosamente con muchos otros países. La Unión Europea en su “plan de recuperación para europa” considera dentro de sus ejes fundamentales la transición ecológica y considera instrumentos concretos como el fortalecimiento del Fondo de Transición Justa con el fin de ayudar a los Estados miembros a acelerar la transición hacia la neutralidad climática. En latinoamérica, los gobiernos no han sido capaces de comprender la necesidad de repensar nuestros modelos productivos, que nos permitan afrontar mejor posibles crisis sanitarias futuras y sobretodo la crisis climática cuyos efectos serán catastróficos para la región si no reaccionamos ahora. Sin embargo, una luz de esperanza surge desde la sociedad civil quienes han comprendido que, así como lo planteara Albert Einstein, no podemos pretender que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo. De esta forma diversos actores de distintos países, sectores y disciplinas, claman por un “Pacto Social, Ecológico, Económico e Intercultural para América Latina” en lo que se ha denominado “Pacto Social del Sur”. De modo similar en Chile la Plataforma de la Sociedad Civil por la Acción Climática (SCAC) frente al acuerdo del “Marco de Entendimiento para Plan de

Emergencia por la Protección de los ingresos de las familias y la Reactivación económica y del Empleo” concluye que “El COVID 19, el estallido social y la crisis económica, hacen evidente que el modelo en el que vivimos hasta ahora, fracasó. Es urgente una propuesta de país que nos permita reconstruirnos para el futuro, aprendiendo de todo lo que por décadas hemos hecho mal. La normalidad económica y social de Chile se quebró en octubre, y hoy requerimos construir un modelo diferente, en donde exista justicia social y ambiental”.

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Pobreza energética y teletrabajo ¿una nueva fuente de desigualdad social?

Pobreza energética y teletrabajo ¿una nueva fuente de desigualdad social?

Maximiliano PROAÑO
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Ignacio SÁNCHEZ
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Si bien el teletrabajo era considerado una creciente tendencia en distintos países con anterioridad a la crisis global originada por el COVID-19, lo cierto es que el explosivo crecimiento que ha tenido esta modalidad de ejercer la actividad laboral, encontró a muy pocos sectores y servicios preparados para llevarlo a cabo adecuadamente.

A primera vista el teletrabajo puede ser percibido como positivo para trabajadoras y trabajadores, mayor flexibilidad para disponer de su tiempo, ahorro de tiempo y de dinero al no tener que efectuar los, muchas veces extensos, desplazamientos desde casa al hogar y viceversa.

En general han sido las empresas las que han tenido sus aprehensiones en aplicar el teletrabajo, por su conservadora visión de que el jefe tiene que estar encima del trabajador o trabajadora para que  produzca adecuadamente.

Sin embargo, a los pocos meses de la implementación forzada del teletrabajo por el confinamiento decretado en la mayoría de los países, ha quedado de manifiesto, que quienes más tienen que perder son las trabajadoras y los trabajadores. Esto por dos razones, la regulación es inexistente o débil y las condiciones materiales de la mayoría de la fuerza laboral para trabajar desde el hogar, no son las adecuadas.

En Chile, la ley que modifica el código del trabajo en materia de trabajo a distancia, lo define como “aquel en el que el trabajador presta sus servicios, total o parcialmente, desde su domicilio u otro lugar o lugares distintos de los establecimientos, instalaciones o faenas de la empresa”. Si bien la ley de teletrabajo aprobada en plena crisis sanitaria, fijó un derecho a desconexión de al menos 12 horas, también establece que “las partes podrán acordar que el trabajador quede excluido de la limitación de jornada de trabajo”.

Al abrir la puerta la ley para un aumento de la jornada laboral “de común acuerdo”, y dado el desequilibrio en la relación entre empleador y trabajador, podrá implicar en la práctica que trabajadoras y trabajadores trabajen horas extra sin pago adicional. En efecto algunas críticas que se le hacen al teletrabajo o trabajo a distancia es que ha significado “una tendencia a la flexibilización de las condiciones de trabajo, encubrimiento de la relación de dependencia, aumento de la jornada de trabajo, además de los perjuicios que pueda implicar el aislamiento y las complicaciones que puedan provenir de desarrollar el trabajo en un ambiente no diseñado para eso como es el hogar en el caso del teletrabajo domiciliario”.

Si bien la mayoría de los países latinoamericanos han implementado medidas para facilitar el teletrabajo, son muy pocos los que poseen una regulación especial para su implementación. En Argentina aún se encuentra en tramitación un proyecto de ley en la materia, mientras que Colombia reguló el teletrabajo hace 12 años.

En los países latinoamericanos una dificultad adicional para el teletrabajo es que parte importante de los hogares padecen la pobreza energética. Aunque es un tema que tiene sólo algunos años y no se ha podido enmarcar en una medida general comúnmente se entiende pobreza energética como “la incapacidad de asegurar los niveles necesarios de energía en el hogar, esto significa vivir en una casa imposible de enfriar o calentar, iluminar o mantener electrodomésticos, debido a las facturas excesivas de energía, los bajos ingresos y la mala eficiencia energética. Las personas con poca energía son más vulnerables a los riesgos de salud como las enfermedades respiratorias y las enfermedades mentales”.

Desde Taller Ecologista han observado que el “concepto de pobreza energética ha sido elaborado como una forma de comprender la relación entre el estado de privación vivenciado por el actor social y su relación con las fuentes y el acceso a la energía”[3].

Como ejemplo, de acuerdo a la Red Chilena de Pobreza Energética, 35.900 chilenos y chilenas no poseen acceso a electricidad, mientras que el porcentaje de la población que declara pasar frío en su hogar en invierno corresponde a un 34% del segmento pobre, un 27% del segmento vulnerable y un 21% de la clase media baja.

Sumado a lo anterior, los efectos en las condiciones estructurales del hogar ( disminución de ingresos, mayor permanencia de los habitantes en el hogar, mayor número de los mismos, etc.) pueden hacer cruzar la línea de pobreza energética a hogares que antes no la presentaban.

Trabajar desde el hogar debido al COVID-19 significa integrar al mismo costos asumidos normalmente por el empleador, como son la insumos de trabajo (Computadores, teléfonos, papelería, etc), Servicios relacionados (Internet, electricidad, Servicios sanitarios) y infraestructura mínima (espacio de trabajo, iluminación adecuada y mobiliario correspondiente). Costos que significan indudablemente un aumento en el costo de vida para todos los hogares volviéndose insalvable para hogares en pobreza energética y sumiendo a muchos otros en la misma.

En un segundo punto, las familias de bajos ingresos mantienen un gasto mayor en proporción de energía que los estratos medios y altos (ver gráfico)[4]. Lo anterior no quiere decir que mantengan energía de mayor calidad, en Chile, en especial en la zona centro-sur el uso de leña es preponderante y genera una alta tasa de material particulado[5], con el efecto del COVID-19 y la permanencia en el hogar en paralelo de la llegada del invierno, las emisiones aumentarán en su magnitud y ventana horaria, apareciendo horarios con alta contaminación que no existían.

Adicionalmente lleva a una mayor atención a la elevación del material particulado en casos de contaminación intradomiciliaria o de hacinamiento, debido a que ha encontrado que el COVID-19 podría aumentar su permanencia en el aire debido este tipo de partículas[6] y una relación directa con la incidencia y gravedad de enfermedades respiratorias[7].
También existen correlaciones entre la contaminación y la disminución de la capacidad de toma de decisiones afectando directamente la productividad[8], elemento que puede afectar colateralmente a calidad y percepción del trabajo realizado a distancia.
En un tercer punto es el efecto de las brechas de género en términos de cuidados en el hogar, donde directamente una mayor tasa de incidencia de enfermedades, agravadas por la contaminación, aumenta las labores de cuidado que son principalmente realizadas por mujeres[9] manteniendo una presión y crisis permanente cuando existe el teletrabajo, al tener que lidiar simultáneamente con mantener un buen desempeño laboral y caer en deficiencia de los cuidados y viceversa, agravando las condiciones estructurales.
Creemos que el desarrollo de la crisis del COVID-19 plantea un escenario complejo con mucha incertidumbre de por medio, en el cual más que plantear respuestas inmediatas y efectistas para el teletrabajo es necesario contar con la información adecuada para realizar las preguntas acertadas.
Las causas que generan la pobreza energética son multidimensionales y se deben tomar en cuenta todas sus aristas, considerando como base mínima regulaciones que no traspasen los costos estructurales del empleador en los y las trabajadoras, no siendo sólamente los costos propios del trabajo diario, medidas que prevean también los costos y externalidades negativas amplificadas de la estadía permanente en un ambiente intradomiciliario contaminado, tanto en la remuneración, diferencias de género,  el desempeño como en la exigencia esperada.
Si los procesos de implementación masiva del teletrabajo no consideran lo anteriormente expuesto, especialmente en las condiciones de pobreza energética en que se encuentran muchos hogares en latinoamérica, es posible advertir que el teletrabajo puede significar una nueva forma de profundizar la desigualdad entre quienes cuentan con las condiciones para ejercer el teletrabajo en el hogar y quienes no las tienen, o al menos no para lograr un desempeño adecuado.

 

[1] Martínez O, Vocos F. (2005). Teletrabajo : ¿otro canto de sirenas? : el movimiento obrero frente a una nueva estrategia empresaria. – 1a ed. – Buenos Aires : Taller de Estudios Laborales. Pp. 42.
[2] Barbosa, R. et al (2020). European Energy Poverty: Agenda Co-Creation and Knowledge Innovation. ENGAGER. Pp. 2.
[3] Durán, (2018). Apuntes sobre pobreza energética : estimaciones para Argentina : año 2003-2018. – 1a ed ilustrada. – Rosario : Taller Ecologista, pp 12.
[4] Contribución de los Servicios Energéticos a los Objetivos de Desarrollo del Milenio y a la Mitigación de la Pobreza, CEPAL-PNUD-Club de Madrid, Santiago de Chile, Octubre de 2009.
[5]https://www.uchile.cl/noticias/162288/academicos-advierten-riesgo-de-un-invierno-con-mas-contaminacion.
[6] https://linkinghub.elsevier.com/retrieve/pii/S0013935120306472 (SARS-Cov-2 RNA Found on Particulate Matter of Bergamo in Northern Italy: First Preliminary Evidence)
[7]https://ciperchile.cl/2020/05/15/covid-19-pobreza-energetica-y-contaminacion-redefiniendo-la-vulnerabilidad-en-el-centro-sur-de-chile/
[8] Su, W., Wu, X., Geng, X., Zhao, X., Liu, Q., & Liu, T. (2019). The short-term effects of air pollutants on influenza-like illness in Jinan, China. BMC Public Health, 19(1), 1–12.). Recuperado de: https://mitsloan.mit.edu/ideas-made-to-matter/psychological-economic-and-social-costs-air-pollution
[9] Red de Pobreza Energética (2019). Pobreza Energética. El acceso desigual a energía de calidad como barrera para el desarrollo en Chile. Policy Paper.
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